Tan pronto sintió la puerta del coche cerrarse tras de sí con un golpe seco, tragó saliva, dejó muertos los brazos y permaneció erguido con la mirada al cielo, como una torre frente al sol. Cerró los ojos y tomó aire lenta y profundamente, buscando reconocer cada sutil traza de aromas que allí había flotando en el aire, tan familiares, y que se arremolinaban entre sí como un torbellino de sensaciones. Su lengua se apretaba contra el paladar como si fuera a saborear la variedad que percibían sus sentidos, la mezcla de olores, como tomillo, lavanda, romero, la resina de pino y otras muchas flores que se dejaban arrebatar su polen por aquella cálida brisa.
El silencio era interrumpido por un murmullo continuo de chicharras, abejas y otros insectos que habitan entre las hojas, el sonido se apagaba y se fortalecía sin motivo aparente. De repente, el canto de un cuco le hizo abrir los ojos. Comenzó por salir de un camino de tierra adentrándose entre la maleza. La parte que rodeaba el camino estaba custodiado por maleza seca y espinosa pero, al adentrarse en la espesura del bosque, los árboles que ensombrecían el terreno, permitían un suelo más húmero y con una hierba más tierna. Encontró una roca en medio de aquel mar de hierba verde que parecía hacer entender que aquella era la antesala de otro lugar. Se sentó en una roca pequeña y allí se descalzó, se quitó la camiseta algo mojada por el sudor y la puso encima de una rama.
El silencio era interrumpido por un murmullo continuo de chicharras, abejas y otros insectos que habitan entre las hojas, el sonido se apagaba y se fortalecía sin motivo aparente. De repente, el canto de un cuco le hizo abrir los ojos. Comenzó por salir de un camino de tierra adentrándose entre la maleza. La parte que rodeaba el camino estaba custodiado por maleza seca y espinosa pero, al adentrarse en la espesura del bosque, los árboles que ensombrecían el terreno, permitían un suelo más húmero y con una hierba más tierna. Encontró una roca en medio de aquel mar de hierba verde que parecía hacer entender que aquella era la antesala de otro lugar. Se sentó en una roca pequeña y allí se descalzó, se quitó la camiseta algo mojada por el sudor y la puso encima de una rama.
Con el primer paso reconoció que tendría que andar más lento. La hierba y la irregularidad del terreno le hacían andar con mucho cuidado. Apoyaba cada pie lentamente. Primero apoyaba la punta del pié e iba dejando que el pie buscara su sitio entre las hojas del suelo, poco a poco. Parecía un equilibrista en medio de la cuerda floja, incluso a veces creía que perdía el equilibrio y al darse cuenta se reía solo. Cada brizna de hierba, cada parte de cada piedra que rozaba la planta del pie le devolvían millones de sensaciones, y tantas sensaciones juntas, provenientes solamente de los pies, lo abrumaban. En ocasiones, y sin darse cuenta, aguantaba la respiración para terminar de apoyar un pie como si estuviera andando en un campo de minas. Poco a poco comenzó a dejar pasar estas sensaciones, su cuerpo se acostumbraba al caminar descalzo y a diferencia de momentos antes, ahora los dedos de los pies se regocijaban entre el barro y la hierba, el placer era tal que en ocasiones daba pasos con los ojos cerrados como si los pies fueran los que guiaran el camino.
El cielo casi no se podía ver y los rayos de sol parecían jugar entre las ramas al andar, esquivos entre las copas, saltando de árbol en árbol, como si lo acompañaran en su camino. Los árboles eran muy altos y las copas densas. El camino marcado se había acabado hacía más de una hora ya. Caminaba entre un infinito de verdes y marrones, salpicado de vez en cuando por variedades de colores, rosas, azules y amarillos. El sonido parecía quedarse atrás con camino de tierra, el ajetreo diario se quedaba atrás, hasta la idea de llegar se quedaba atrás. El calor no era excesivo pero la humedad lo hacía sudar. A veces paraba sólo para dejar de jadear y escucharse cómo el corazón le golpeaba el pecho, cerraba los ojos y sentía cómo de cada poro de la piel brotaba una gota de sudor y la suave brisa que corría la enfriaba, sentía la sangre corriendo por sus venas a toda velocidad. Después continuaba con la marcha. Ya no se escuchaban a los insectos sino que se escuchaban pájaros que cantaban entre las copas, lejanos, concentrados en su labor de cantar, parecían que mantenían conversaciones a lo largo del bosque, uno llamaba y otros le respondían a su llamada. Al igual que las ardillas, los pájaros se mantenían ocultos, pero se dejaban adivinar ya que algunas hojas y ramas se zarandeaban de una forma antinatural, era como si los árboles sacudieran una de sus ramas.
El camino se iba haciendo cada vez más abrupto. Los árboles se iban distanciando cada vez más unos de los otros. El suelo antes de barro tierno y húmedo, acolchado por un manto de hierba iba dejando paso a un suelo más seco y pedregoso, aunque la piedra fuera roma el camino se hacía más duro. Siguió ascendiendo hasta encontrar un pequeño claro. Miro a su alrededor para darse cuenta a dónde había llegado a parar, era una de las cimas de aquella montaña. A su alrededor un manto verde cubría la montaña como una capa, a lo lejos sólo podía ver más montañas o quizás eran todas parte de la misma, toda ella cubierta por la misma manta de color verde, y al fondo, un estrecho río que partía una parte de aquellas montañas en dos. En aquel punto de la cima, la brisa se convertía en viento. El sol ya no brillaba en lo más alto sino que se acurrucaba entre dos cimas. Mostraba sus colores más rojos como si anunciara un adiós. El viento volvió a arremolinarse bajos sus pies descalzos y llenos de barro, fue entonces cuando decidió quitarse el pantalón y dejarlo bajo una piedra, pero el viento sopló y se lo arrebató. La tela flotó montaña abajo, subía y baja, avanzaba y retrocedía sin orden, parecía que bailaba a son del viento. Como un fantasma se desvaneció entre los árboles para no aparecer jamás.
Sin remedio por la pérdida, decidió abandonar la idea de ir a buscar su pantalón. Y fue en ese instante, al abandonar la búsqueda y cerrar los ojos cuando se dio cuenta que estaba sintiendo el viento jugando con su cuerpo y esbozó una sonrisa. Se levantó, extendió los brazos en cruz y con la cara al sol del atardecer entrecerró los ojos. La vista era realmente majestuosa, más divina que cualquier palabra o frase que hubiera leído, sencillamente indescriptible sólo la experiencia podría definir aquel momento. Le sonrió al sol y brotó como de la nada una lágrima. Se dejó llevar. El viento se arremolinaba por todo su cuerpo, era como si se bañara en viento. Como si lo escuchase, un viento que estaba allí con él, comenzó a soplar con más fuerza, tan pronto soplaba por su derecha como cambiaba a su izquierda, no había orden que seguir.
El frío lo trajo de nuevo a la cima, a aquel lugar solitario y empedrado. Decidió continuar con su camino y comenzó la bajada. La noche se le echó encima antes de poder imaginarlo. Pero al contrario de lo que esperaba la noche sabía a hierbas aromáticas y calidez. Al contrario de lo que esperaba se sentía aún más sereno y en calma que antes. La luna brillaba y le proporcionaba una luz que lo hacía todo mágico.
Comenzó escuchando un murmullo y al irse aproximando descubrió que era un riachuelo que corría montaña abajo. Decidió seguir el cauce para ver a si llegaría al río. El riachuelo se convirtió en arroyo y se perdía entre dos grande rocas. Pero la curiosidad le hizo buscar la manera de escalar las rocas, poco a poco, con la ayuda de sus manos y pies desnudos consiguió superar las rocas. El cauce parecía formar un pequeño estanque rodeado por juncos y donde un inmenso y viejo sauce descansaba y hundía sus grandes raíces en ella. Ya cerca del sauce las ramas se veían mucho más grandes y tristes. Parecía que como si el árbol se hubiera acercado sólo tomar un trago. Una de las raíces que estaba cerca de la orilla formaba lo que parecía el lugar perfecto para descansar. Así se sentó sobre la raíz y aprovechó para refrescar sus piernas cansadas en el agua. Su sorpresa fue que el agua no sólo que no estaba fría sino que nacía caliente. No pudo evitar la tentación y se dejó deslizar entre la raíz hasta hundirse en el agua del estanque. Se quedó flotando boca arriba, completamente desnudo, sonriéndole a la luna que lo miraba desde lo más alto. Cerró lo ojos y se dejó llevar. Dejó atrás la vida en la ciudad, su trabajo, las personas que conocía, incluso a sí mismo. Se dejó llevar por el sonido del agua, por el croar de las ranas, por las estrellas del cielo que lo acunaban. Los sentidos se confundieron con el agua y se abandonó tanto que se abandonó por completo mientras la corriente del río lo seguía llevando, mientras miraba la luna y las estrellas. Se abandonó tanto dicen que se convirtió en una simple hoja que el río fue llevando hasta desaparecer en la eternidad.
Mmmm..eso de abandonarse no suena muy bien, estaría genial poder olvidarse de todo,pero tampoco dejarse llevar tanto ¿no?.Aunque pensándolo bien es una sensación liberadora supongo , y qué ser humano renunciaría a esa sensación después aproximarse a ella.Seguramente sería tentador para el protagonista de este relato , pero poco accesible al resto , dejarse llevar de ese modo da una impresión de inestabilidad y eso da algo de ...no sé ¿miedo?,sí eso es creo que daría algo de fobia.
ResponderEliminarInteresante historia.
Ave sensei , los que van a morir te saludan( jaja , qué saludo tan morboso , muy ajustado al saludo dedicado al emperador César , salvo por lo de sensei).
Sayonâra.
jejejejejeje se os va la cabeza.....
ResponderEliminarAnda.. me falta una palabra clave al saludo legendario , lo que le daba más sentido a ser un saludo cotidiano "Ave sensei, los que van a morir hoy te saludan"(como César ya estará en el más allá muy allá (del suelo,paraíso o infierno según la creencia de cada cual)sensei queda más actual).Ahora sí está perfecto.
ResponderEliminarSayonâra.
Muy bonito! Tengo q reconocer q me ha absorbido por completo, me ha gustado mucho su forma narrativa descriptiva he vivido "en mis carnes" cada instante del protagonista.
ResponderEliminarSensei, segun he creido entender, cuando se va despojando de su ropa se va despojando de su ego, hasta q al final se funde con el cosmos? usted ha vivido esto?
Algeciras
Bueno, ante todo, no soy sensei, sólo instructor, sensei es el soke y para mí, también lo sería mi maestro Pedro Alarcón, pero no yo, ni mucho menos...
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, intentaré responderte. Sí, tienes razón, y va desnudando su alma (kokoro), se despoja de sus miedos y cargas, de su ego, pero sobre todo se entrega por completo a la vida, tanto que desaparece como individualidad y así llega a ver el todo. Y no, no lo he vivido es sólo una alegoría.
Bufu ikkan!
Me encanta este relato y como el hombre llega a tal armonia con la naturaleza que llega a convertirse en una hoja, es genial
ResponderEliminargracias a ti, la naturaleza y el hombre no es una dualidad aunque el hombre moderno la haya alienado de sí mismo, todos los grandes maestros desde el Kung-Fu hasta el Budo de Bujinkan siempre repiten que debemos no sólo observan la naturaleza sino formar parte de ella, aprenderlo todo de ella.
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